Cuando en el año de 1774 se fundó la misión de Nuestra Señora del Santísimo Rosario de Viñadaco, solo las familias “Espinoza”, y los ancestros de la “Ortiz”, estuvieron presentes en la fundación de El Rosario, se encontraban los pioneros Juan Nepomuceno Espinoza, en ese sitio antes llamado por los antiquísimos pobladores cochimies como: Viñatacot; dentro de esa raza cochimi se encontraban las familias que al castellanizar su nombre vinieron a ser las familias “Aguilar”, y “Savin”, quienes fueron consanguíneos de la familia “Ortiz”, por emparentar con ellos poco después de la fundación de la misión.
El español Juan Nepomuceno Espinoza, quien había llegado a la misión de San José del cabo, Baja California en diciembre de 1755, a bordo del galeón de Manila conocido como “Santísima Trinidad”, quedándose en ese lugar de manera definitiva, en el extremo sur de la península, desde donde realizó infinidad de exploraciones al norte de la península, hasta las confluencias del paraje de San Juan de Dios, en las inmediaciones de El Rosario, cuyo paraje había sido fundado el 8 de marzo de 1766 por el padre misionero jesuita Wenceslao Link, quien reconoció la geografía peninsular hasta el extremo sur de la sierra de San Pedro Mártir, que para ellos como europeos venía siendo la región peninsular más norteña a la que se habían adentrado hasta esa fecha de 1766, en los tiempos de la fundación de San Juan de Dios, sitio al que también Juan Nepomuceno Espinoza había llegado en calidad de mulero primero, y como arriero después, al servicio de los jesuitas.
A la expulsión de los Jesuitas de los territorios del imperio español, habiendo sucedido esto en 1767 en todo el reino, menos en la península de Baja California, a donde la noticia llegó más tarde debido a la lejanía, siendo esta tierra abandonada por aquella expulsada orden misionera en 1768.
Fue en 1768, cuando al ser desterrados los jesuitas de esta tierra, para Juan Nepomuceno Espinoza, quien había llegado aquí a la edad de treinta años, se vio de repente solo en la inmensa bastedad peninsular, sin el apoyo de sus protectores a los que había servido desde 1755, y que con su expulsión quedaba él en el más profundo desamparo.
Cuando los Franciscanos encabezados por Fray Junípero Serra, viajaron desde Loreto, Baja California Sur con rumbo al norte peninsular, con miras de llegar hasta los territorios ocupados por los San Dieguitos, y ante el imparable avance de los rusos de norte a sur, quienes habían llegado hasta el fuerte Ross. El imperio español con los franciscanos como punta de lanza, y con el ánimo de hacerse de esos territorios para el dominio español, avanzaron apresuradamente en 1769 hasta la bahía de San Diego, en la actual California Estados Unidos de Norteamérica. En el tal contingente viajaba en calidad de arriero Juan Nepomuceno Espinoza, quien conocía la geografía peninsular hasta el pie sur de la sierra de San Pedro Mártir, hasta donde había llegado con el misionero Wenceslao Link.
A su paso por este territorio el padre Serra fundó el 14 de mayo de 1769 la misión de San Fernando Velicatá, convirtiéndose en la única misión franciscana en toda la península, ubicada en la delegación de El Rosario.
El propio padre Serra acampó por unos días en el paraje de San Juan de Dios, a causa de una molestia que le causaba hinchazón en una pierna, siendo atendió en ese sitio por su arriero de apellido Coronel, aplicándoles algún brebaje del que usaba en sus mulas. Mejorado en su salud Serra ordenó continuar con la exploración rumbo a San Diego, a donde llegaron el primero de julio de 1769, es decir habían transcurrido cuarenta y seis días desde que salieron de San Fernando Velicatá.
Pasado algún tiempo Espinoza regresa a Loreto, lugar en el que se enrola en 1773 con la tercer orden misionera a la que sirvió, siendo esta ultima la Dominica, sirviéndoles de guía y arriero, ya que para entonces contaba con dieciocho años recorriendo a lomo de mula por todo el territorio, de misión en misión.
El 12 de agosto de 1768, el visitador Jose de Gálvez, enviado que había sido por las autoridades virreinales del centro de la Nueva España, hoy México, expidió un decreto en el que otorgaba “suertes de tierra”, y “solares” a españoles, hijos de éstos, o a hombres de bien, para que en esas tierras fundaran sus ranchos, formaran pueblos, y se asentaran con sus familias. Entendemos a ese decreto como un primer intento del gobierno español por colonizar la península. El tal decreto indicaba los pormenores a los que debían atenerse los nuevos moradores, o “dueños” de las tierras; se les indicaba cómo debían construir sus casa, cuántos animales debían tener, que debían servir a su familia, a su tierra, y debían poseer armas para defender este suelo en caso de invasión de extranjeros, o enemigos de la España; y que si algún morador excavaba un pozo, podía hacerse de otra suerte de tierra, y que se rancho podría crecer en extensión según los pozos, y el agua que se encontrara, siendo la primer superficie de tierra, la que resultara de multiplicar ochenta por ciento sesenta varas, tomando en cuenta que una vara eran ochenta y tres centímetros aproximadamente. Ordenaba el decreto que las propiedades serian indivisibles, y no se podrían enajenar por ningún medio, y que solo se podrían heredar al hijo más apto y respetuoso de cada familia.
Fue a éste decreto al que se ciñó Juan Nepomuceno Espinoza; fue esta la causa por la que en un viaje que inició en Loreto con rumbo al norte en 1778, ya con esposa y su primer hijo de nombre Carlos Espinoza Castro, viajó en busca de aquella tierra que lo convenciera para formar su rancho.
Desde Loreto, viajaron hasta la parte más o menos central de la Alta California, de donde se regresaron por los intensos fríos que no soportó la esposa Loreto Castro, habiendo sucedido esto hacia 1798, casi veinte años después que salieran de Loreto, años en los que solo viajaron de misión en misión, donde fueron naciendo sus hijos, que al principio era solo uno, y al final de aquel épico viaje, eran ya diez.
A su paso de regreso al sur por el paraje de San Juan de Dios, en 1799 le sobrevino la muerte a Espinoza, allí fue sepultado por la familia, y allí se quedaron, cuidando su tumba, y esperando el regreso de Carlos y Zacarías.
Y es que Carlos y Zacarías, que eran los hijos mayores Espinoza Castro, habían proseguido su viaje de la parte central de California hasta Oregón para cazar nutrias, mientras que sus padres y hermanos menores regresaban a Baja california.
Varios meses después cuando ya se encontraba sepultado el padre, y los hijos ya cazaban nutrias en Oregón, recibieron un correo de parte de su madre, avisándoles de la muerte de Juan Nepomuceno; y que se encontraban en San Juan de Dios, viéndose los hijos obligados a tomar el primer vapor, un ballenero que los dejó meses después de iniciado el viaje en Punta Baja, al norte de la bahía de El Rosario, desde donde viajaron a pie a la misión, y de ahí en caballos prestados hasta San Juan de Dios.
Habiendo reconfortado su ánimo, construyeron una pequeña casa, como la que se indicaba en el decreto de José de Gálvez.
Para el verano del año de 1800, viajó toda la familia hasta El Rosario, en donde se asentaron, desde entonces y por largos años con Carlos como hermano mayor a la cabeza de la familia.
Así que con aquel arribó en el verano de 1800, se asentó, y nació la “Familia Espinoza de El Rosario”…Cuando crecieron los hijos salieron a poblar una bastedad de la península, de Sonora, y de Sinaloa.
Por: Alejandro Espinoza Arroyo
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