En el siglo XVI los soldados de los tercios españoles eran temidos en toda Europa. Maestros de la espada y diestros en la caballería, su valor y disciplina en la batalla eran celebres. A tal punto que entre los soldados franceses se decía que «no habían combatido con hombres sino con diablos». Fue durante las guerras en Flandes que lograron una de sus victorias legendarias.
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Corría el año 1595, el Tercio de Zamora a las órdenes del Maestre de Campo Francisco de Bobadilla defendía la plaza de Bommel, una pequeña ciudad situada entre dos ríos. Los Tercios se vieron obligados a ceder terreno hasta quedar atrapados en un pequeño monte, rodeado completamente por cursos de agua.
Sitiados y asediados por la flota Holandesa, el almirante Holak ofreció a los Tercios una rendición negociada. La respuesta de los Tercios no se hizo esperar...
"Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos"
Todo estaba entonces decidido. La flota holandesa esperaría el momento para atacar. Mientras tanto los soldados de los tercios comenzaron a preparar la defensa y a cavar trincheras, cuando uno de los soldados encontró enterrada una tabla flamenca con la imagen de la Inmaculada Concepción. Entonces los soldados colocaron la imagen a modo de altar y le rezaron.
Al alba, una fría tormenta hizo que las aguas que rodeaban el lugar se helasen, de modo que los tercios, sorprendiendo a las tropas holandesas, lograron alcanzar los navíos y fuertes enemigos caminando por el río helado. Una vez allí derrotaron a las tropas que les situaban.
Fue entonces, tras esta inesperada y clara derrota cuando el almirante Holak pronunció las famosas palabras...
"Tal parece que Dios es español al obrar, para mí, tan grande milagro"
Milagro o no, la batalla de la isla de Bommel parece sacada de una novela de aventuras. Pero no, los que allí lucharon y murieron eran hombres a los que el destino tristemente había enfrentado, creando una de las mas heroicas y dramáticas páginas de la historia.
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